El poeta Luis Andrés Figueroa nos ofrece la puesta en página de tres registros en los que la voz de Millán dibuja aspectos fundamentales de su vida y de algunas de sus obras, con esa forma contenida y precisa que era una condición tanto de su escritura como de su habla. Una contención que, lejos de ser un gesto de indiferencia o arrogancia, él mismo la atribuye a una característica de su personalidad que ya se había manifestado desde la infancia: “En general, siempre fui un niño que hablaba poco, un joven silencioso”, nos dice.
Un universo siniestro e inquietante se despliega en este conjunto de relatos. Desde el terror psicológico hasta las historias de criaturas monstruosas, la autora construye un imaginario simbólico que se sostiene sobre los miedos más comunes de los seres humanos. Los fantasmas de una infancia traumática, el temor a la diferencia, los celos patológicos, las aprensiones de la maternidad, los espectros invisibles de la rutina laboral, las obsesiones, la dependencia afectiva y el acecho de la muerte, alcanzan aquí extremos escalofriantes en un mundo de pesadilla que se instala con toda naturalidad en las vidas de estos personajes impredecibles, que descubren el horror dentro y fuera de sí mismos
Como lo viene haciendo desde sus dos primeros libros, Juan Carlos Reyes propone una poesía de lo cotidiano, de la nostalgia y de los afectos entrañables que se necesitan para vivir en un mundo que se desmorona. Sin cerrar los ojos al dolor, su mirada encuentra en el amor, en el recuerdo de los amigos y en los espacios familiares, un antídoto contra la muerte y la desesperanza.