Por Jorge Romero Fuentes
Las palabras vuelan, flotan, escarban, acarician, esculpen, abrazan, escupen, besan y muerden… Como nos decía nuestro profesor Jaime Blume: La poesía, ese trabajo infinito de un ser humano por contarle a otro ser humano lo que el ser humano es.
Así está Hurón: cincel en mano esculpiendo cada palabra, haciendo cantar a cada silencio, con su vocación de obrero, de artesano, del campesino en el surco de la simiente dejando caer la sementera:
“Todo comienza con un aleteo de pájaros (casi nos susurra Hurón al oído) / y con el rocío en las hojas de los cerezos, / todo termina con un silencio / y las hojas de los cerezos en el suelo”
Supe de su existencia cuando yo aún no existía en su vida, a través de noches de vino tinto con Juan Castro (Castrolitro, para sus amigos): “ese cabro respira poesía”, nos decía atolondradamente entre vaso y vaso, para entibiar la larga noche del toque de queda. Hurón era Añazco, pero Añazco ya era Hurón.
Hoy día, me pone este libro en mis manos, como quien pone un pequeño pajarito recién caído de su nido, o como quien comparte un puñado de cerezas en la complicidad del fondo del patio de la escuela pública.
Si mañana llueve inicia su viaje en los tiempos de Palomas de lluvia por allá por el año 1985, cuando la lluvia, la furia y el odio se esparcía por todos los rincones del planeta lárico del joven Hurón.
Hurón, mientras espera la lluvia que vendrá, se levanta como un hablante lírico antiheroico, cotidiano, a escala humana ante la dimensión inhumana en que se debate cada texto:
En ellos, / algún día se manifestaron alas / y fueron cortadas, / en ellos / algún día se manifestaron sueños / y fueron olvidados
Pero ellos no olvidaron
Mientras seguimos esperando la lluvia que vendrá plagadas de palomas, que parece que nunca llegan.
Y si la poesía, y el arte en general, están destinados a completarnos en aquello en que la vida nos hace incompletos, Hurón hace lo suyo: en sus textos vuelven a flamear la vida buena, la vida que vendrá, en donde las palabras van restituyendo volcanes, repoblando los lagos, mientras el mar nos arroja “la palabra nueva” y De la tierra volverá el hombre nuevo, con hambre de palabra nueva, con sed de palomo amante”.
En la noche del terror y de la desesperanza, el poeta levanta su voz para correr el velo del horror y decirle a su pueblo que al final del camino la recompensa serán Palomas de lluvia.
Y finalmente la lluvia trajo palomas… en la medida de lo posible, pero palomas, al fin y al cabo.
Hurón eleva su canto desde la ruralidad, en donde el amor y la naturaleza empiezan a elevar El árbol de los sueños. Un hablante profundo se para en cada recodo a celebrar la vida:
“Quisiera trepar hasta tu ventana / sabiendo que soy el principio de tus ojos / y el final de la punta de tus dedos”
Y junto con los amores y desamores, ahora empiezan a aparecer, entre el ramaje de este árbol frondoso, los verdaderos héroes que pueblan el panteón que Hurón va construyendo en cada verso: Juan Miranda Ibarra (un hombre pálido de ojos grandes), Basilio Gallardo (que se fue en los trenes llenos de manzanos frescos), Jorge Teillier (te quedaste con nosotros, Jorge, compartiendo tu último brindis), Yosuke Kuramochi (recordé tu voz haciendo caminos, hacia una catedral llena de luz), José Donoso (conversaremos de las cosas mágicas / que una tarde enredaron tus pies,/ cuando caías como un pan en las casas), Luisa Noemí (que te escucho descalza,/ en silencio, llevando todas las manzanas/ para preparar el plato que tanto me gusta) y Carmina y Carmina, en el poema de amor más amoroso que nos pueda regalar este frondoso árbol de los sueños. Por este solo poema, ya merecíamos un libro (me sumerjo en tu boca / maciza de viento)
Entre el frondoso Árbol de los sueños y Los cuentos de Ariadna y otros poemas, pasó una década y se fue un siglo. La patria de Hurón siguió navegando en los tiempos de la medida de lo posible.
En esta etapa, el poema construye su propia mitología, en las tierras cordilleranas, donde, el día que nació Ariadna lloró desconsolada: habían talado el primer árbol del bosque azul.
Esta Ariadna, nuestra Ariadna, se va introduciendo en el laberinto de la destrucción, del saqueo, donde la ambición y la arbitrariedad se hace de aquello que nos pertenece a todos: los árboles, los pájaros, el viento, el sol, las flores, los aromas, las bestias, el silencio, el río, la luna… el bosque, el bosque, se repite una vez y otra vez.
Esta Ariadna, tal vez sea una de las piezas más excelsas en defensa de la naturaleza, de la belleza del verdor, de la espiritualidad de lo cotidiano.
En Otros poemas Hurón se hace definitivamente un hablante desde lo rural. Aparece la vida profunda en su sencillez, trascendente en su humanidad. El heroísmo es lo cotidiano, lo que de tanto ver a veces dejamos de ver.
En el principio / creó Dios los cielos y la tierra / y tu pelo estaba desordenado, / salvaje, hermoso / como extensiones de trigo.
Hasta recalar en Poemas inéditos, donde, una vez más, el poeta desenvaina sus palabras para poner luz donde se ha instalado la oscuridad, abrir la ventana, donde se necesita la frescura del aire matinal, la verdad donde la apariencia oculta la mentira… porque la palabra se ha roto como un vidrio. Entonces Hurón vuelve al combate, del que nunca se fue:
El camino que me muestro aquí en el mapa / es cambiar los trazados y los cercos,/ es sembrar un perfume de colores / donde el hombre se transforme nuevamente
Como en aquellos tiempos en que el vino era un refugio al sur de la ciudad (…) abríamos el corazón como una vaina / y desgranábamos los sueños sobre la mesa.
Y si mañana llueve, esa lluvia será verde, porque en el mundo de hoy, con el corazón rojo, habremos de rescatar la verdura del verde, que te quiero verde.
Gracias Hurón. Gracias por ser el poeta que eres, que cada cierto tiempo nos regalas este profundo sentido de la vida. Que nos enseñas una y otra vez que somos los hijos predilectos en el paraíso correcto. Que solo falta que escuchemos tu palabra y escuchemos tu silencio para retomar el rumbo del amor y de la felicidad. Solo basta un simple gesto,
“(…) pero antes iré al sur donde un primo de mi padre, / iré al bar de don Manuel Hormazábal a beber vino / y el domingo con mi hermano Tito Rubén / comeremos en familia. / Al final de cuentas / en un miserable segundo tengo toda la vida por delante.”
Querido Hurón, te abrazo, como siempre te abrazo: con un abrazo más ancho que el viento.
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