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Foto del escritorEditorial Bogavantes

Viaje alrededor de un poema

Actualizado: 14 sept 2019

Por Luis Riffo Escalona


La poesía genera cierta atmósfera de solemnidad, de excesivo respeto, como si fuera necesario un traje formal para referirse a ella o los harapos de la desesperación para entenderla. Eso aleja a los lectores, que imaginan un territorio de difícil acceso, reservado sólo para iniciados. Olvidan los versos que han acompañado nuestra vida desde siempre. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente” o “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido” encuentran de inmediato su sitio en nuestra memoria, igual que “piececitos de niño, azulosos de frío” y “todas íbamos a ser reinas”. No faltará quien imite las voces nasales y monótonas de Neruda y Mistral. En esa pequeña irreverencia hay una puerta abierta para entrar en la poesía con naturalidad, sin maquillajes ni etiquetas, como un hijo en la casa de sus padres.

El poema “Canción”, de Juan Guzmán Cruchaga, forma parte del imaginario colectivo. Tal vez nadie recuerda su vago nombre, pero si lee estos versos: “Alma, no me digas nada, / que para tu voz dormida / ya está mi puerta cerrada”, entonces no hay duda, ese poema es de todos nosotros desde que el papá del juez Guzmán lo publicara en 1942.

Pero hay también poemas personales que se instalan en la imaginación de un lector como íconos que concentran en un solo lugar significados a la vez literarios y vitales. Para quien escribe estas líneas, descubrir la poesía de Gonzalo Millán (1947) ha sido como encontrar un atajo en la enorme frontera que separa la vida de la literatura. De este poeta ensimismado y autocrítico es el poema “Aspiración expirada”: “Llegar a escribir / algún día / con la simple / sencillez del gato / que limpia su pelaje / con un poco de saliva”.

Las dos palabras del título tienen un doble sentido: los dos momentos del acto natural de la respiración (aspirar y expirar) y la idea más literal de un deseo no realizado. Relación contradictoria, que sintetiza en un par de términos la espontaneidad de un mecanismo instintivo (respirar) con un anhelo frustrado que se expresará en el cuerpo del poema. “Llegar a escribir”, así, impersonal, como es habitual en Millán, es un modo de decir que permite humanizar desde la lectura, porque es la formulación de un deseo cuyo sujeto, ausente en la escritura, puede asumir la forma del lector. Sugiere, además, la noción de viaje hacia una experiencia poética no traumática, ni dolorosa ni llena de dificultades. La imagen visual del gato lamiéndose, tan simple, tan sencilla, contiene un acto simbólico: la escritura como purificación. La saliva, instrumento del habla, metáfora de la tinta en la obra de Millán, no debe ser mucha, “un poco de saliva”, porque la poesía se escribe también con silencios.

El poema fascina más allá de la interpretación esbozada. El misterio siempre prevalece. Es cuestión de pensar en el animal elegido. ¿Qué es un gato, sino una de las formas del enigma?



Crédito de foto: lifeforstock / Freepik

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